No somos tres…

Desde hace una semana he intentado poner por escrito esta especie de desolación que me atraviesa. Pero las palabras se me agolpan en el pecho y me asfixian. Se me humedecen los ojos. Se me entumecen los dedos. Lo intento una vez y otra, y no puedo. Tecleo una palabra. Otra. Borro todo. Vuelvo a escribir. Apago la computadora. Aprieto los puños. Golpeo el escritorio. Vuelvo a encender la máquina. Pero no sé a ciencia cierta qué decir. Me descubro encabronado. Pero también afligido y dolorido.  Escribo: “Tristeza profunda” y no es suficiente. Presiono la tecla “suprimir”. Pienso en otros términos que a lo mejor canalizan y describen con precisión este abatimiento: “Desesperación”; “Desasosiego”; “Indignación”; “Vulnerabilidad; “Desconsuelo”. Ninguna abarca. Ninguno abraza. Ninguno alcanza.

No conocí a Marco, ni a Daniel, ni a Javier. Tampoco conocía a César Ulises. Supe de la desaparición de todos ellos –el 19 de marzo- por medio de Twitter. Por la misma vía me he enterado del fatídico desenlace de César Ulises; y de buena parte de los otros casi 3 mil desaparecidos que hay en la entidad. Normalización árida de la tragedia. Terrible sumatoria de la angustia: 3 mil hijos e hijas de los que no se sabe nada; 3 mil familias rasgadas; 3 mil parejas, novios, esposas, que habitan la perplejidad; 3 mil hermanos y hermanas que no se encuentran… ¿Cómo irse a dormir sabiendo que no están en casa? ¿Estarán vivos? ¿Estarán enfermos? ¿Pasarán frío o hambre? ¿Tendrán esperanza o la habrán perdido? ¿Sabrán que se les busca por todas partes y a todas horas y que su gente no parará hasta encontrarles?

Quienes hemos padecido de cerca la desaparición de un familiar sabemos del profundo abismo que esto implica. Pero hemos tenido un poquito de consuelo en el dolor de encontrar un cuerpo al cual ofrecerle duelo. Pienso en las madres, en los padres de las y los desaparecidos que no tienen acceso a este mínimo consuelo. Pienso en la desesperante incertidumbre de no saber nada… ¿Cómo mantenerse cuerdo y entero ante tanto desamparo? Se me vuelven a nublar los ojos.

Y me quedo en un pasmoso silencio. Chingada madre.

Insisto: no conocía a Marco.  No conocía a Daniel. Tampoco a Javier. Ni a César Ulises. Pero su ausencia me ha calado hondo porque golpeó en un lugar que particularmente me duele: el de las aulas. Porque pudo haber sido Sandra, o Marcos, o Meño, o Andrés, o María. O cualquiera de los cientos de alumnos y alumnas con los que he tenido el privilegio de compartir el salón de clases. Pudo ser cualquiera de ustedes o de nosotros; cualquiera de nuestros hijos o nuestros hermanos. Duele más porque no son los únicos estudiantes que han desaparecido. No. Corrijo. No han desaparecido por voluntad propia. Han sido desaparecidos.

Y vuelvo a intentar escribir. Pero no logro situar las coordenadas en las que pueda darle sentido a todo esto. Silencio ante el desconcierto. Silencio ante la incertidumbre. Intento unirme a la asamblea convocada el 23 de marzo por la tarde, a unos pasos de mi cubículo, pero no tengo suficiente fortaleza. Busco asistir a la marcha organizada para el día siguiente porque quiero mostrar que estoy con ellas y con ellos, pero tengo el corazón y el ánimo deshechos. Simplemente no puedo. Estoy desolado. No quiero darme por vencido. Pero me escasean las fuerzas. No quiero aceptar que todo está perdido. Pero la esperanza se ve como un horizonte brutalmente lejano. Si uno suma la lista de oprobios se da cuenta de la magnitud de la tragedia: por acción u omisión están aniquilando el presente; por acción u omisión les y nos están robando el futuro.

Y duele.

Duele este país.

Y duele como la chingada.

3 pensamientos en “No somos tres…

  1. Tú eres una de las personas que conozco que más confía en los jóvenes. Entiendo tu sentimiento de desolación, o cualquier palabra que describa lo que sientes, y que es lo más lógico o el paso que sigue, porque nos mueve las entrañas. Pero después de que eso pase, vendrán cosas mejores. Tengo esa confianza, porque alguna vez la he escuchado de ti.

  2. Compartidas las sensaciones, la desesperanza, la indignación. ¿Qué hacer? Poner un granito de arena. ¿Cuál granito? ¿En dónde ponerlo? Se que es pedir poco ante la magnitud de la desolación, pero no estás solo y si juntamos muchos granitos, con los de las aulas, con los indignados, con las madres de los desaparecidos, con los amigos, con los vecinos que piensan en nosotros, en ellos, en sus parientes como en esas posibilidades de cambio, podemos hacer algo. Regresemos a la calle, tomemos la calle, exijamos. Debemos hacer algo, no quedarnos pasmados. La parálisis no ayuda, y no ayuda cuando la lucidez que hay que transmitir requiere ser puesta en la calle por ti y por muchos y muchas, con palabras, con puños cerrados y alzados. Vamos estimado! con la vista nublada pero con las ganas de siempre, con el ánimo indomable de ese ser que quiere hacer algo por los demás. Ese es tu «jale», el mío, el de todos. Hacer lo que nos corresponde. Poner un granito. Saludos desde la bella y hermosa Tijuana, donde los granitos también se ponen de distinta manera, a toda hora, de todas las formas posibles por mínimas que parezcan.

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